22 de marzo de 2017

El final II

El final II
21 Marzo, 2017 9:11 pm por Eduardo Martínez Rodríguez

El Cerro, La Habana, Emaro, (PD) La Revolución Cubana la entendió Jorge
Mañach en sus inicios como una necesaria sacudida de toda la vida
nacional para desprenderse de las lacras que nos ataban a la miseria y
que nos impedían ser una república verdadera. Decía: "Y esto es lo más
importante que está viniendo a cuajar, la Nación. Un alma pública. Una
conciencia colectiva. Un sentimiento de la realidad cubana profunda. Una
querencia de superior dignidad y destino para todos. Una general
disciplina de la comunidad cubana con vista a la realización de grandes
valores. Una aspiración a no ser ya más "la isla de corcho", a la deriva
por las aguas de la historia."

Llegaba la Revolución de Fidel como un producto de la necesidad
histórica de los cubanos para tener nación. El pueblo lo necesitaba y
Fidel logró imponer a sangre y fuego su liderazgo entre las varias
organizaciones luchando para alcanzar tal fin y triunfó. De inmediato
comenzó a inclinarse hacia el socialismo, hasta caer en un estalinismo
rampante y atroz. En su radicalismo se enfrentó con intensidad creciente
a los norteamericanos, quedando los soviéticos como la única alternativa
razonable y segura. Los soviéticos, a su vez, vieron a la isla caribeña
como un emplazamiento justo junto a las costas de sus archienemigos y se
decidieron a explotarlo, lo cual requirió a apoyo logístico de inmediato.

La revolución representó para los cubanos la aparente consecución de
todas las demandas y necesidades de las clases medias y bajas. Las
altas, muy afectadas económicamente, se marcharon hacia Miami y desde
allá comenzaron a actuar de manera poco eficaz. El gobierno
norteamericano cometió el error de atacarnos y aislarse con el bloqueo,
con lo cual solo consiguió radicalizar el cambio y autoexcluirse.

El apoyo popular al castrismo fue inmediato y entusiasta. Las promesas y
perspectivas eran muy buenas. El gobierno comenzó a gravitar cada vez
más hacia una izquierda extremista, pero el apoyo popular era inmenso y
la población tomaba con entusiasmo e ingenua confianza todos los cambios.

Durante las décadas del sesenta y setenta el país parecía marchar bien
mientras nuestro líder radicaliza sostenidamente su agresivo discurso
antiamericano y antimperialista. Ahí estaba en su apoyo la URSS y el
CAME, quienes suplían nuestras ineficiencias económicas.

Ya en los ochenta, las élites intelectuales comenzaron a cuestionarse
calladamente muchos de los preceptos del experimento social nacional.
Los fracasos consecutivos comenzaron a pesar. Se incrementaba
sostenidamente la censura y arreciaba la persecución de las disidencias,
hasta forzarlas al exilio, o a fingir aquiescencia.

El gobierno se metía abiertamente, con el apoyo logístico soviético, en
cuanto conflicto le viniera a mano, en África y América Latina. Este
accionar comenzó a drenar la riqueza que se iba acumulando muy
ineficientemente, debido a los irracionales y abundantes subsidios
soviéticos que alcanzaban la cifra de cinco mil millones de dólares anuales.

El gobierno cubano nunca ha publicado cuánto costó dieciséis años de
guerra a diez mil kilómetros de distancia con un ejército que alcanzó y
superó la cifra de 350 000 soldados cubanos.

La propaganda pro sistema dentro de la isla es obnubilante, sistemática,
sostenida, y se incluye hasta en la educación primaria, exacerbando los
símbolos patrios y la actitud patriótica. Como una Esparta moderna
traída a la actualidad por los pelos, se diseñó al país como una nación
de guerreros entrenados y listos para el combate.

Se acude constantemente a héroes y mártires para generar compromisos
políticos y deudas de gratitud sicológicas mientras se manipula la
Historia y se borran pasajes enteros, personajes y hechos que no son
convenientes. Por ejemplo, la noche de las Cien Bombas en La Habana es
presentada como una heroicidad contra Batista. Si sucediera ahora, fuera
terrorismo contra el pueblo.

Poco a poco, el gobierno comenzó a perder credibilidad y legitimidad
interna, lo cual se hizo visible a las puertas del Período Especial.

La Revolución de Fidel fue una necesidad histórica que se produjo cuando
más alta era la demanda de ella. Los gobiernos anteriores generaron las
condiciones objetivas para la llegada de un gobierno que enderezara el
rumbo encausase la economía y superara la corrupción.

En aquel momento, escribió Mañach: "Resultado del nuevo espíritu es la
identificación el gobierno y pueblo y, por tanto, la sustanciación
genuina de la autoridad y de la libertad. Porque nadie ignora que la
autoridad pública es vacía, (cualquiera que sea el tipo de régimen
político) cuando no se apoya en el consentimiento popular, y al faltarle
ese fundamento, se hace arbitraria y se impone conculcando las
libertades. Un gobernante popular no tiene necesidad de atropellar."

Mañach, a pesar de apoyar inicialmente la llegada de un nuevo gobierno
que rompiera de raíz todos los puentes con el pasado ominoso, iba en
colisión directa contra los postulados de los gobernantes.

Veamos esta cita: "No hay democracia donde no haya pluralidad de
partidos. No es democracia la que presume de acción "por" y "para" el
pueblo, lo hace en nombre de una sola entidad política, de un partido
único, no es democracia la que se basa en un soberbio entronizamiento de
poder contra las más cardinales exigencias del espíritu humano y su afán
natural de libertad. Pues el hombre es por naturaleza una criatura
limitada, y como tal sujeta inevitablemente al error. Lo democrático es
admitir siempre la posibilidad de que estemos equivocados y de que sean
otros quienes estén en la verdad. Y un régimen que no consienta la
existencia de la minoría, que no deje margen para la posible verdad del
adversario, es un régimen esencialmente soberbio en el orden moral, y
despótico en el orden político. Así como tiene que haber pluralidad de
partidos, así también en el orden periodístico ha de haber variedad de
órganos de expresión…" (Periódico El Mundo, 9 de noviembre de 1951).

Más de cinco décadas después del triunfo de la revolución, los múltiples
y consecutivos fracasos en el manejo de la economía han llevado al país,
bajo la misma longeva administración, a un desastre total, perdiendo lo
poco que heredamos del capitalismo. Debido al fracaso constante de las
políticas sociales y el empeoramiento de las condiciones de vida del
pueblo, la legitimidad de este régimen se ha ido perdiendo y los
postulados que movieron a todo un pueblo se han deteriorado. Debido a
esto, el Sistema se ha visto en la necesidad de reprimir y censurar,
intentando suprimir con fiereza cada acto de disidencia en cualquier
campo, transformándose en una dictadura extrema, con unas teorías
filosóficas alteradas y cambiadas constantemente debido a su descrédito,
intentando generar doctrinas sociopolíticas donde no las hay para
justificar los bandazos, los cuales contribuyen más al descrédito.

Si en los años sesenta el 90% de la población apoyaba fervorosamente a
la Revolución, hoy esa misma cifra la rechaza directa o indirectamente,
abierta o solapadamente, consciente o inconscientemente, porque no ha
llevado al país al bienestar, sino al despeñadero, colgándoles todas las
culpas al imperialismo.

Sin capacidad para rectificar en serio, intentan hoy hacer reformas que
no son más que entretenimientos que no funcionan, pero que les aporta
tiempo para que los culpables del fracaso puedan retirarse sin mayores
consecuencias, sin persecuciones judiciales, sin enjuiciamientos ni
reclamos por haber destruido a un país, dejando el problema a los nuevos
gobernantes.

Esto parece sucederá exactamente como ellos lo han planificado gracias
al desmonte sistemático y sostenido de la sociedad, la ausencia de
sindicatos y leyes, la imposibilidad legal de huelgas, el silenciamiento
pacífico o violento pero absoluto de las voces disonantes, la supuesta
irreversibilidad del socialismo que tan malos resultados muestra, la
insistente e intensa propaganda política vertida en la población a
través de todos los medios para confundirla.

Hoy ya no existen teorías convincentes que esgrimir para defender al
castrismo. Resuenan aún las voces de personas que como Mañach, nos
alertaron.

Continuamos de mendigos internacionales, gastando lo poco que generamos,
y lo mucho que nos regalan, primero en guerras, ahora en propaganda
proselitista y en la conformación de quintacolumnistas.

No hay que dudar de la inicial nobleza de propósitos de los líderes de
la revolución, pero lo que cuenta es el producto, y ese lo tenemos a la
vista, desgraciadamente. No obstante, existe gran cantidad de confusos e
indecisos quienes aún apoyan al sistema ni saben bien por qué, por
cuáles razones y propósitos, tal vez por inercia y por imposibilidad de
cambiar al final de sus vidas; otros muy temerosos de perder lo poco o
lo mucho que tienen; a otros, los más jóvenes, no les importa.

Son muchos los que apoyan por desvergüenza y oportunismo. Muy pocos lo
hacen por firmes convicciones socialistas que no aceptan, a la luz de
los resultados en nuestro país y en todo el orbe.

Hoy asistimos al final de la Revolución de los Castro como ellos no lo
pudieron imaginar: por desgaste.

Ya casi nadie cree honestamente que el socialismo como lo hemos
intentado realizar en Cuba es viable. Los presupuestos ideológicos
bonitos han traído nefastos resultados y hoy la dictadura tiene que
enfrentar la disidencia creciente con métodos violentos y
ostensiblemente injustos. Esto ha tenido un alto costo que ha desgastado
aún más al sistema.

Diez años los hermanos Castro aparecían a diario en los medios, se
organizaban marchas del pueblo combatiente casi todas las semanas por
cualquier motivo, Fidel comparecía en la Mesa Redonda de la TV por seis
u ocho horas. Hoy ya no está. Y Raúl Castro ha anunciado alertado que
este es su último período, que finaliza en 2018 y ya se prepara al
sustituto, Díaz Canel, para que asuma el mando que ya no desea ni puede
sostener.

Nadie mejor que los analistas del gobierno conocen de esta fase terminal
del socialismo cubano y esto se lo transmiten a los líderes, los pocos
que restan, porque casi todos los días muere uno.

La Revolución ha muerto. ¿Qué queda? La Generación del Centenario está
haciendo su salida de la escena política en circunstancias nada bonitas,
ni honrosas. Díaz Canel no parece la persona que va a ofender a la
disidencia cuando esté en el poder y ocurran los inevitables encuentros
y desencuentros. Veremos cómo actúa cuando todo el poder esté en sus
manos y haya conformado un gabinete a su gusto. Veremos cómo se
desenvuelve cuando tenga que lidiar con una disidencia transformada en
oposición legal y en múltiples partidos políticos con intenciones de
lograr el poder e infinitas formas y actitudes para hacerlo.

Ese parece ser el escenario para el final de esta obra que ha durado más
de medio siglo y que tantas generaciones de cubanos hemos deseado e
intentamos vislumbrar, porque significa nuestro acceso a una verdadera y
eficiente democracia.

Tenemos suficiente inteligencia acumulada en esta nación y una
experiencia enorme sobre qué no nos conviene. No queda más que esperar
un muy cercano futuro.
eduardom57@nauta.cu; Eduardo Maro

Source: El final II | Primavera Digital -
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