28 de julio de 2009

El Teorema de Sandra

Crónicas
El Teorema de Sandra

Ahora la moda es disgustar al semejante, irritarlo, dificultarle las
gestiones más simples.

Rafael Alcides, La Habana | 28/07/2009

Contaba una señora haber visto cuando, a la salida del agro, se le salía
de la jaba una libreta de racionamiento a una joven médico. Recogió la
libreta y, dando voces, ya salía detrás de la médico a entregársela,
cuando un tipo gordo y todavía joven, poniéndose un dedo en la boca, le
indicó silencio. Entonces, le quitó la libreta, fue a la alcantarilla de
la esquina y la dejó caer con la mayor tranquilidad en aquel pozo
atiborrado de agua de las lluvias de días atrás.

Hecho esto, el gordo se volvió hacia la señora con los pulgares hacia
arriba en los puños cerrados, en son de victoria, y en silencio. La
señora, por lo que contaba, no pudo menos que pensar en El hombre
siniestro, de Prohías: tira cómica que en los años cincuenta había sido
muy popular en Cuba.

Más o menos por ahí anda la cosa: según episodios parecidos de los que
oigo hablar, ocurridos en hospitales, estaciones de ferrocarril,
comercios, escuelas, oficinas públicas y en la calle. Episodios cuya
repetición parece avanzar con la fuerza ciega de los tsunami, nada casuales.

Se trata de un novedoso sabotaje, conocido como el Teorema de Sandra. De
aplicación exclusiva en el plano de las relaciones humanas, persigue
fines muy curiosos: disgustar al semejante, irritarlo, dificultarle las
gestiones más simples, hacerlo fracasar en todo cuanto se proponga, de
modo que se odie, se aborrezca, deteste haber nacido, y estalle al fin.

Pero que estalle para qué. No se sabe.

Tampoco se sabe si el Teorema de Sandra es un programa político, o un
"virus" introducido en el "disco duro" de la población por uno de esos
"informáticos" de la psicología callejera, con fines de diversión.

Se sabe que quienes han hecho del mismo una religión, esperan que los
ciclones de este año sean tan crueles (o más, si fuera posible) que los
del pasado. Brincan de alegría ante la llegada del calor del ardiente
verano —que esta vez viene precedido por la amenaza de nuevos apagones
que ya parecían cosa del pasado—, aplauden la anunciada regulación del
transporte —que haría que los progresos alcanzados quedaran
minimizados—, y cuando van al agromercado y observan los precios
excesivos de la insuficiente agricultura, de repente les late el
corazón, como a los niños ricos al mirar debajo de la cama el Día de Reyes.

En fin, aplauden cuanto sea negativo o pueda hacer daño, en el orden que
fuere.

La señora que había visto al gordo arrojar a la alcantarilla la libreta
de racionamiento de la médica, no entendía a los sandristas.

"Dios castiga esas cosas", decía. "O no", le replicó con mucha autoridad
un sobrino carpintero, que la oía muy interesado, dando a entender que
él tenía el email de Dios.

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